5 dic 2009

O afiador de San Petersburgo


Sempre que escribo sobre San Petersburgo, lugar que algún día me gustaría visitar para seguirlle os pasos a Raskólnikov, adoito falar con frecuencia de Fiodor Dostoievski e das novelas situadas naquela cidade da ribeira do Neva. Mais non esta vez, amigo Fiodor.

No seu Museo Estatal do Hermitage, unha das pinacotecas máis sobranceiras do mundo, consérvase este cadro dun vello afiador de autoría atribuída ao pintor barroco ourensán Antonio de Puga. Non se coñecen moitos datos sobre a vida deste home. Fillo dun sastre da cidade desenvolveu o seu traballo no Madrid do século XVII. Hai unha biografía publicada polo Centro Virtual Cervantes. Precisamente por ese descoñecemento fóronse arrastrando erros na apreciación do seu traballo. Hoxe sabemos por exemplo que non foi discípulo de Velázquez e que algunhas das obras que se lle atribuíron foron pintadas despois da súa morte.

En 1952 o Instituto Padre Sarmiento publicou a biografía do pintor elaborada por María Luisa Caturla e Francisco Javier Sánchez Cantón. En La Región Florentino López Cuevillas aplaudiu a nova publicación e criticou o esquecemento de Ourense para co seu pintor solicitando ás autoridades locais que algunha vía da cidade levara o nome de Antonio de Puga:


Recuerdo de Antonio de Puga


Antonio de Puga es un pintor conocido desde hace mucho tiempo. Cea Bermúdez se ocupó de él, reproducciones de cuadros suyos figuran en las historias del arte y son estimados en museos y colecciones extranjeras; en las columnas de este mismo periódico tiene aparecido su nombre y ahora una ilustre comentarista y gran erudita de la pintura española acaba de dedicarle un libro que llevará por título "Un pintor gallego en la Corte de Felipe IV".

Porque Antonio de Puga ejerció su arte en el Madrid del penúltimo de los Austrias, fue discípulo de Velázquez, autor de retratos de encumbrados personajes de aquel tiempo y aunque rindió a Dios su alma siendo joven todavía, dejó una obra sobresaliente sobre todo en cuadros de género, y cuando se hizo almoneda de sus efectos, sus apuntes, sus dibujos, toda esa semilla de taller, destinada sin duda a convertirse en florecidos lienzos, se vio arrebatada por los mejores artistas de la época que la pagaron en muy buen dinero.

Pues bien, este personaje, que a boca llena podemos llamar ilustre, conocido y alabado en las salas del Palacio Real y cuya fama corría por el Prado, por las tertulias y por los teatros, era gallego y gallego de Orense, hijo de un sastre, nacido dentro del recinto de nuestra ciudad y tan declaradamente orensano que inmortalizó en uno de sus cuadros a un afilador, que aparece allí con su rueda y flanqueado por dos soldados y por una mujer joven que lleva un cuchillo en la mano, con ánimo sin duda, de que le aviven el filo en la piedra, que hoy se ha convertido en blasón de orensanía.

Cualquier ciudad que tuviera un hijo tan destacado le hubiera honrado con cualquiera de los procedimientos recordatorios que para el caso se emplean; y Antonio de Puga tendría una estatua o un busto, o una lápida, o una calle llevaría su nombre que debería estamparse en una losa de granito del país y no en esos azulejos que hoy se estilan y que están voceando en cada esquina, su origen andaluz. Pero el ayuntamiento actual, ni los otros ayuntamientos que antes de él rigieron los destinos de nuestra ciudad, no parece que se hayan enterado de que ésta tenía un hijo digno de que se conserve la memoria de su nombre.

En tiempos pasados se vertió sobre el rotulado de nuestras calles y plazas un compendio de la historia de España y cayeron sobre nosotros Pelayo, Hernán Cortés, Pizarro, Gravina, Don Juan de Austria, Colón y Lepanto. Mas con anterioridad ya se había conmemorado en la calle de la Paz, el fin de una guerra, que casi nadie sabe cuál fue, y mucho después pretendió inmortalizarse la revolución del 68 colocando a Topete al frente de una plazuela, y en todas estas rotulaciones nadie se dio cuenta de que existiera Antonio de Puga.

Y recientemente se abrió el saco de los pintores y aparecieron en el Couto, Velázquez, Goya y Murillo, dos sevillanos y un aragonés, pero Antonio de Puga, gallego él, orensano él, continuó siendo ignorado.

No pretendemos ciertamente dar consejos ni hacer advertencias a nuestra Corporación municipal, pero si creo que nos será permitido dirigirle una humilde súplica.

¿No habrá en toda la ciudad un rincón, un pasadizo modesto, una plazoleta sin importancia, una calleja olvidada para poner en ella el nombre de un orensano que brilló en una corte llena de artistas, de literatos, de autores de comedias, en una de esas cortes que se encuadran en el tan celebrado Siglo de Oro, que hoy es más celebrado que nunca lo fue? — F. L. C.


La Región, 2 de maio de 1953.